De Madrid, El cielo

De Madrid, el cielo

“De Madrid, el cielo”, fue el primer eslogan que emplearon los cronistas de la Villa y Corte, cuando la publicidad, hija de la propaganda, aún no era la gran seductora de los ciudadanos. De Madrid, querían decir, lo mejor es el cielo. Se hacían así eco de la descripción laudatoria que sobre su privilegiada geografía había escrito en 1546 el tratadista Gonzalo Fernández de Oviedo: “La región de Madrid -escribió- es muy templada et de buenos aires, et limpios cielos, las aguas muy buenas…”.

La claridad del cielo, la finura del aire y la pureza de las aguas, atemperados por un clima suave, pintaban Madrid con los rasgos de un Jardín en el Edén. No en balde, el médico Juan Huarte de San Juan, toda una autoridad sobre la teoría de los humores, en su Examen de ingenios para las ciencias (1594) asentaba la plenitud humana sólo en el Paraíso terrenal, pues “viviendo como vivimos los hombres con tantos desórdenes en el comer y beber y tan continuas alteraciones del cielo, no es posible dejar de estar enfermos, o por lo menos destemplados”. Luego, de hacerle caso, los madrileños deberíamos gozar de una salud de hierro tan longeva como el agua ferruginosa que bebemos de sus caños y grifos.

Otra cosa es que al oído del vulgo, como un remedo de dichos sueltos escuchados en el teatro y la zarzuela, el lema acabara por deformarse en “De Madrid al cielo”. O, peor aún, en la cursilería manida “De Madrid al cielo y un agujerito para verlo”.

La Comunidad Madrid. Desde la capital y su área metropolitana hasta el Parque Natural de la Sierra de Gudarrama. Del regional de la Cuenca Alta del Manzanares -incluidos El Escorial y el castillo de Manzanres- a las comarcas del Guadalix y el Jarama. De la  y las localidad cisneriana de Alcalá de Henares al sitio real de Aranjuez. Nuestra región remonta sus orígenes a fósiles de hace más de 500 millones de años. Por tanto, no es de extrañar que haya caminado en el tiempo al compás de los acontecimientos históricos: ora los que sólo afectaron a la Península Ibérica, ora los que se dilataron a través del imperio global erigido por Austrias y Borbones. De ahí que, como dice atinadamente su redactor Pedro López Carcelén -renombrado autor de historias visuales de Madrid donde aúna escritura y dibujo-, a pesar de los cambios, “sigue siendo una Babilonia donde buena parte de sus vecinos procede de todos los rincones del mundo”.

El Siglo de Oro de Madrid

El período más brillante de la historia de España, entendida ésta formación política como heredera de la “unión de coronas” con los Reyes Católicos, fue sin duda el Siglo de Oro. O, como prefieren llamarlo algunos historiadores, los Siglos de Oro, porque el plural les sirve para englobar el Renacimiento y el Barroco. Tanto da, porque en la corta o en la larga cronología, la Villa y Corte de Madrid fue “la hermosa Babilonia sembrada de pensiles” para Lope de Vega y “la nueva maravilla de Europa para María de Zayas”. Una fama cívica fruto de la acumulación de talentos que encarnaron Cervantes, Quevedo, Calderón, Góngora, Tirso, Velázquez, los citados en este prólogo y una larga relación que se quedan en el tintero.

Aunque, justo es recordarlo, en aquel gran teatro del mundo donde reinaban las apariencias también hubo advertencias contra la vanidad de los elogios, como escribe Bartolomé de Argensola en sus Rimas (1634): “Porque ese cielo azul que todos vemos/ni es cielo ni es azul. ¡Lástima grande/que no sea verdad tanta belleza”.

No obstante, doscientos años más tarde, el afamado geógrafo Tomás López, firmando ya como pensionista de S.M. y de la Real Academia de San Fernando, publicó en 1763 una Descripción de la provincia de Madrid, en la que afirmaba que: “La Villa y Corte de Madrid, con su Provincia, ocupan el centro de España. El clima de esta Provincia es templado y sano. El Cielo de ordinario es sereno, claro y alegre. Y el aire puro, y limpio de nieblas y de humores gruesos que suelen comunicar los ríos y montañas a los lugares circunvecinos”. Es decir, que, pasado el tiempo, la bonanza del medio natural seguía sustanciando las señas de identidad madrileña.

Y a pesar de los desgarrones del progreso, empero los desastres de invasiones y mudanzas políticas, nuestros genios literarios y artísticos siempre han destacado el carácter cosmopolita de Madrid. La nómina empieza y no acaba: Galdós, Baroja, Azorín, Javier Marías, Julio Llamazares, Beruete, Sorolla, Regoyos, Dalí, Eduardo Arroyo, Antonio López y un largo etcétera. Todos refieren el ambiente acogedor de la villa que, a pesar de lo castigada que ha sido por las guerras y el terrorismo, fue ya atestiguado por Calderón de la Barca en los versos: “Es Madrid patria de todos,/pues en su mundo pequeño/son hijos de igual cariño/naturales y extranjeros”.

          Hijos todos de una ciudad que, a pesar de su aíre contaminado por la polución y nuestros oídos atosigados por el ruido, ha sabido mantener tanto la calidez humana como la pureza del agua y la limpieza del cielo. Ese azul celeste tan querido que damos por verdadero merced a su belleza palmaria.

Texto Cedido por: Don Pedro García Martín

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